Ni los que están desarrollando aceleradamente la AGI saben las consecuencias que tendrá
Por Adán Salgado Andrade
El desarrollo de una Inteligencia Artificial, IA, que diera resultados medianamente prácticos, culminó cuando Open AI, comandada por Sam Altman desarrolló, a finales del 2022, el ChatGPT (Chat Generative Pre-Trained Transformer, algo así como transformador preentrenado generador de conversaciones), el cual, en su momento me propuse probar y en ese entonces, las respuestas que proporcionaba no eran muy elaboradas, casi correspondían a las que el buscador Google proporcionaba (ver: https://adansalgadoandrade.blogspot.com/2023/01/chatgpt-permite-conocer-temas-muy.html).
Desde entonces, ha ido evolucionando, si no aceleradamente, sí, lo suficiente como para que hasta se le considere como algo indispensable, no sólo en las respuestas que da, cada vez más personalizadas y “humanas”, sino en todas las aplicaciones que se están desarrollando, como hasta haber creado sitios para que la gente sostenga “romances virtuales”, al nivel, incluso, de contraer matrimonio con los avatares creados por los usuarios (ver: https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/11/13/sociedad/mujer-japonesa-se-casa-con-personaje-de-ia-creado-en-chatgpt).
Ahora, en la febril carrera por lograr un mayor avance, se está buscando desarrollar la AGI (Inteligencia Artificial General, por sus siglas en inglés), que sería la madre, digamos, de todas las inteligencias artificiales creadas hasta ahora (ChatGPT, Meta, Deepseek, Gemini…). Esa AGI se autoentrenaría, además de que sería una suerte de súper cerebro que podría responder a todo o plantear escenarios sobre todo de lo que se le pidiera su opinión. Sería el equivalente a la computadora que jugaba ajedrez, la Deep Blue, de IBM, y que derrotó a Garry Kaspárov (Rusia, 1963) en 1997, siendo la primera vez que una máquina derrotaba a un campeón mundial de ese juego. Esa AGI ya nos rebasaría totalmente (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Deep_Blue_versus_Garry_Kasparov).
Esa AGI podría, en teoría, igualar y hasta superar al ser humano, su creador, en formas que ni aún los desarrolladores de empresas como Google, Meta, OpenAI, Apple, Microsoft o Amazon (entre otras que sostienen una acelerada carrera por ver cuál es la primera en lograrla), prevén las consecuencias que tendrá, sean positivas o negativas.
Los empleados en Silicon Valley encargados de su desarrollo, toman a diario un tren, que los conduce por una vía que va haciendo distintas paradas, cercanas a las empresas en donde aquéllos laboran. El artículo “’Está yendo muy rápido’: la historia interna de la carrera para crear la última IA”, firmado por Robert Booth, ofrece un recuento de los, hasta agotadores, esfuerzos por lograr la AGI (ver: https://www.theguardian.com/technology/ng-interactive/2025/dec/01/its-going-much-too-fast-the-inside-story-of-the-race-to-create-the-ultimate-ai).
Inicia su nota escribiendo que “en el tren de las 8:49 am que recorre Silicon Valley, las mesas están llenas de gente joven pegada a laptops, con audífonos, tecleando instrucciones de software. Mientras las colinas de California del Norte se ven pasar por las ventanas del tren, las instrucciones, de sus jefes, aparecen en las pantallas: corrige este error, agrega instrucciones. No hay tiempo para disfrutar el paisaje. Estos conmutadores son soldados rasos en la carrera global para logar la inteligencias artificial general – cuando los sistemas de IA igualen o superen a la inteligencia de seres humanos altamente cualificados. Aquí, en la Bay Area, de San Francisco, algunas de las empresas más grandes globales, están luchando por conseguir alguna ventaja. Y, a la vez, están compitiendo contra China”.
Y lo que buscan, más que el bienestar de la humanidad (ése, es secundario), es “tener el control de una tecnología que podría cambiar el planeta y está costando billones de dólares, gastados por los capitalistas más poderosos de Estados Unidos”.
Como eso sólo se logrará instalando cientos de centros de datos, en donde miles de servidores realizarán complejos quintillones de cálculos por segundo, ya en varios lugres se están construyendo y agregando a los ya existentes. Eso, tendrá además la consecuencia adicional de que como se requerirán enormes cantidades de energía para que funcionen tales centros de datos, además de millones de metros cúbicos para enfriarlos, se incrementarán las emisiones contaminantes de CO2 y la cantidad de agua. O sea, se incrementará el gasto energético, así como el consumo hídrico y empeorará la catástrofe ambiental. Éste, en particular, estresará a las regiones secas, como España, “que el 75 por ciento del país está en riesgo de desertificarse y la combinación de la catástrofe ambiental y la expansión de los centros de datos, están por llevarla al filo del colapso ecológico” (ver: https://www.theguardian.com/environment/2025/apr/09/big-tech-datacentres-water).
Cierto, pues, como señalé, una AGI podría mantener el control de todo: industrias, educación, ciencia, cultura, medio ambiente… claro, a un costo, pues serían servicios que se cobrarían con creces. Por ejemplo, alguna industria, en particular, podría preguntarle a la empresa que ya tuviera una AGI cuál sería la mejor manera de fabricar sus productos. Tal AGI podría, desde diseñar el proceso de trabajo más eficiente, hasta la logística, no sólo para su fabricación, sino para su distribución. O que se le pidiera diseñar alguna vacuna en particular contra una enfermedad. En este ramo, incluso, algunos desarrolladores consideran que se podría, con una AGI curar el cáncer en diez años.
Podría, en teoría, escribir artículos, novelas, poesías (aunque, seguramente, serían muy estandarizados) y una multitud de cosas en todas las ramas del conocimiento, de acuerdo con impulsadores (¿podría hacer filosofía?, se preguntaría uno). Y eso, en sus aplicaciones pacíficas.
Pero también tendría su lado obscuro, si se aplicara, como ya se hace, en la guerra. Por ejemplo, ya se ha planteado que si se aplicara a la planeación y ejecución de una guerra nuclear, sin duda no dudaría en lanzar las ojivas nucleares de un país contra otro (justo es el plot de la más reciente cinta de Misión Imposible, The Final Reckoning, 2025, en donde una IA actúa por sí misma y se propone destruir al planeta activando todos los sistemas de armas nucleares de los países que los poseen, al mismo tiempo).
Esa posibilidad se planteó en una reciente reunión en donde se preguntó cómo sería una IA que estuviera encargada de la defensa nuclear mundial (ver: https://www.theguardian.com/technology/2025/may/10/ai-firms-urged-to-calculate-existential-threat-amid-fears-it-could-escape-human-control).
Y ya Donald Trump (1946) implementó la Misión Génesis, para aplicar, en efecto, la IA a la defensa nuclear de Estados Unidos (ver: https://www.military.com/daily-news/2025/12/02/nuclear-agency-follows-trumps-genesis-mission-americans-still-unsure-ai.html).
Justo es lo que plantea Booth en su artículo, que los jóvenes aspirantes a convertirse en futuros importantes CEO’s, así como Sam Altman (1985), “en lo que menos piensan es en si sus creaciones tendrán aplicaciones positivas o negativas. Sólo los guía el deseo de que las cosas que les ordenan sus jefes, queden lo mejor que se puedan”.
Señala que el mismo Sam Altman dice que la AGI es “loca tecnología de ciencia ficción que se convierte en realidad. La verdad, no sabemos que sucederá después. Es más algo así como que lo iremos resolviendo en el camino. Se trata de esta extraña cosa que va emergiendo”.
Y es que el problema, en efecto, es que se ha comprobado que varios de los programas experimentales no se detienen, a pesar de que tienen instrucciones expresas de hacerlo.
Así que ese es el problema principal, que se desarrolle una suerte de Terminator de la Inteligencia Artificial, que piense por sí misma, y un día decida que nos va a destruir por ser una especie muy depredadora y destructiva.
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